jueves, 20 de noviembre de 2014

UNA HISTORIA TAN FASCINANTE COMO OLVIDADA: ASÍ SE CARTOGRAFIÓ EL HIMALAYA



Hay cientos de historias que merecen ser contadas y que sin embargo, viven escondidas en los lugares más recónditos de los archivos en los que la humanidad almacena sus memorias.

Una de estas historias la encontré en la página web de la asociación de estadísticos de carrera de asfalto (http://www.roadracingstats.com/). Cómo llegué hasta allí y qué buscaba es un misterio, pero encontré un artículo que a su vez, provenía de la revista Measurement News y que hacía referencia al libro de Peter Hopkirk “The Great Game (OUP, Oxford, 1991)”.

Lo cierto es que me resultó fascinante, así que incluyo aquí una traducción algo resumida del relato:

La idea de usar exploradores nativos para realizar los estudios cartográficos de las regiones de acceso prohibido más allá de las fronteras de la India surgió como consecuencia de la estricta orden dada a los oficiales británicos para que no se adentraran en esas tierras. Como consecuencia de esto, el Supervisor de la India, que tenía el encargo de proporcionar al gobierno mapas del subcontinente completo y de las regiones limítrofes, se encontró con enormes dificultades a la hora de cartografiar Afganistan, Turkestan y el Tibet.

Ante tales dificultades, el oficial de los Ingenieros Reales Thomas Montgomerie, planteó a sus superiores una solución: ¿Por qué no enviar en secreto a exploradores nativos entrenados en técnicas de supervivencia a estas regiones? Sería mucho más difícil que fueran descubiertos y, aún en ese caso, sería menos embarazoso para las autoridades que si fuera capturado un oficial británico con las manos en la masa cartografiando estas zonas prohibidas. 

Sorprendentemente el plan de Montgomerie fue aprobado y durante varios años agentes indios fueron despachados hacia las fronteras de la India. Todos ellos eran hombres de montaña, cuidadosamente escogidos por su excepcional inteligencia y por sus demostrados recursos para la supervivencia, entre ellos Nain Singh y Kishen Singh.

Puesto que su descubrimiento o la mera sospecha de sus objetivos les hubiera llevado directamente a la muerte, su existencia y sus actividades fueron mantenidas en un estricto secreto. Su entrenamiento y formación corrió a cargo personalmente del capitán Montgomerie en los cuarteles del gobierno británico en las montañas del Himalaya.

Este adiestró a sus hombres para realizar las mediciones en la sistemática de un ritmo de marcha constante, con un paso de longitud conocida que debían mantener tanto en las ascensiones como en los descensos y en terreno llano. Después les enseñó la manera de contar de forma discreta el número de pasos dados durante la marcha diaria. Esto les permitiría medir enormes distancias con notable precisión y sin levantar sospechas.

Con frecuencia los exploradores viajaron bajo la apariencia de monjes budistas, muchos de los cuales cruzaban de forma regular los pasos entre montañas para visitar lugares santos de la antigua Ruta de la Seda. Estos monjes viajaban acompañados de un rosario de 108 cuentas que usan para contar el número de sus plegarias y un molinillo de oraciones que hacen girar mientras caminan. Ambos elementos fueron estudiados por Montgomerie para sacarles partido. El rosario fue desprendido de ocho cuentas para dejarlo en un número más exacto de 100 cuentas. Cada 100 pasos dados, el explorador haría pasar una cuenta. Eso haría que un rosario completo supusiera 10.000 pasos, el equivalente a 5 millas.

El resumen de un día de marcha junto con el resto de las observaciones tomadas debían ser cuidadosamente almacenadas en algún lugar. Para eso el molinillo de oraciones, un pequeño cilindro de cobre, se manifestó como un elemento de valor incalculable. Para conseguirlo, se sustituyó el habitual rollo de plegarias de su interior por otro de papel blanco, que servía de libro de anotaciones, fácilmente extraíble para las operaciones secretas. La necesaria brújula con la que fijar y establecer rumbos se ocultó bajo la tapa de la rueda de oraciones. Los termómetros, necesarios para calcular altitudes, fueron escondidos en la parte superior de los bastones de peregrinos que llevaban los exploradores y el mercurio, empleado para establecer un horizonte artificial para realizar las mediciones con el sextante fue ocultado en una caracola bien sellada que solo se abría en caso de necesidad para verterlo en un tazón de peregrino. Además a las ropas de los exploradores se añadieron bolsillos secretos donde esconder el sextante. Todas estas artimañas fueron realizadas en Dehra Dun, en los talleres del gobierno británico en la India y supervisadas por el capitán Montgomerie.

Los exploradores también fueron adiestrados en el arte del disfraz y el engaño mediante el empleo de falsas identidades. En las tierras más allá de la frontera su seguridad dependería de cómo de convincentes resultasen sus interpretaciones de hombres santos, peregrinos o comerciantes del Himalaya. Su engaño debería de superar pruebas durante meses de viaje, incluso en la convivencia más próxima con peregrinos o comerciantes verdaderos. Algunos exploradores estuvieron fuera durante años.

 En conjunto, sus actividades secretas y clandestinas proporcionaron una extraordinaria riqueza al conocimiento geográfico de la región de Asia Central durante veinte años de trabajo, siempre al mando del capitán Montgomerie.

En el libro “Trespassers on the Roof of the World”, su autor, Peter Hopkirk describe algunos de los viajes realizados por Nain Singh, primero en compañía de su primo Mani, del que después tuvo que separarse para reducir el riesgo de ser descubiertos.

Naim se las apañó para unirse a una caravana de Ladakh que se acercaba desde el oeste con destino a Lhasa. En una de las etapas los comerciantes de Ladakh embarcaron sus mercancías en balsas y navegaron 85 millas sobre las aguas del Río Tsangpo [Brahmaputra] hasta Shigatse, la segunda ciudad del Tibet. Pero Nain Singh, debió continuar su viaje por tierra, con el fin de completar su trabajo cartográfico de la zona, todo ello sin levantar sospechas de su verdadera actividad, protegido bajo su apariencia de monje y con sus herramientas de medición: pasando las cuentas de su rosario y haciendo girar su molinillo de oración.

En enero de 1866, exactamente un año después de su partida de Dehra Dun, Nain llegó a Lhasa después de contar todos y cada uno de los pasos que dio en el camino y después de tomar innumerables y clandestinas mediciones. En la ciudad santa estuvo tres meses anotando observaciones solares y estelares para establecer la latitud del lugar (los exploradores nunca fueron instruidos en la más compleja medición de las longitudes). Las cuentas de Naim Singh colocaban a Lhasa a 29º39’ de latitud. Las más precisas mediciones actuales la sitúan a 29º41’. La altitud de la capital del Tibet fue establecida en 11.700 pies (3.566 metros). En la actualidad se estima en 12.000 pies (3.657 metros), escasamente 100 metros de diferencia, probablemente debidos a la toma de datos en diferentes puntos de la ciudad.

En abril de 1866 Naim se enteró que la caravana de Ladakh con la que anteriormente había hecho parte del viaje a Lhasa, estaba lista para regresar. El viaje de 500 millas les llevó dos meses por la antigua ruta de comerciantes de Jong-lam que recorre el Tibet de Este a Oeste, la ruta más elevada del planeta a más de 4.500 metros de altitud. Una vez más Naim Singh contó todos y cada uno de sus pasos y realizó mediciones y observaciones en secreto para volver definitivamente a la India británica después de un año y medio de ausencia.

Montgomerie recibió todo este caudal de información para elaborar la cartografía de la zona. “Estos hombres merecen todo el reconocimiento, su trabajo ha superado todas las pruebas” dijo. “La longitud de Lhasa fue calculada con las observaciones tomadas en la ruta con precisión menor a un cuarto de grado. La ruta de Naim Singh, en la cual ha recorrido 1200 millas y ha contado 2,5 millones de pasos ha modificado el conocimiento existente según los mapas de la región existentes”.

El informe elaborado con los viajes secretos de sus exploradores fue enviado a la Real Sociedad Geográfica y fueron revelados a todos sus miembros en su Diario, incluso el modo en que fueron empleadas las herramientas del peregrino: el rosario, el bastón y el molinillo. Esta información puso en riesgo la seguridad de futuras operaciones en esas zonas. Los chinos hubieran tenido razones para intervenir, pero su delegación en Londres no tuvo conocimiento del Diario. Solo con que un entrometido hubiera alertado de la situación o los vigilantes en las fronteras se hubieran enterado de las actividades que estaban realizando, la empresa entera su habría venido abajo.


Nunca se ha entendido del todo qué movió a estos hombres a adentrarse en los peligros y dificultades que soportaron para satisfacer a sus invasores imperiales. Quizá fue la fuerza y liderazgo de su capitán  Montgomerie, que siempre se mostró orgulloso de sus exploradores y les trató como a sus propios hijos. Posiblemente fue el hecho de sentirse pertenecientes a una élite de elegidos entre los mejores para una gran tarea. O quizá Montgomerie se las apaño para imbuir a sus hombres de su espíritu patriótico y de su determinación para completar los espacios en blanco del gran mapa antes de que lo hicieran los rusos. Desgraciadamente se sabe muy poco de estos hombres, de los que no han quedado memoria de tipo alguno.

domingo, 9 de noviembre de 2014

IV CARRERA DE MONTAÑA VILLA DE LA ADRADA: ¿SE PUEDE SENTIR PLACER CUANDO SE TE SALE UN PULMÓN POR LA BOCA?


Las 10:25 de la mañana y estoy dispuesto para la carrera. ¿De montaña? Los corredores de montaña tuercen un poco el gesto. … Una carrera más bien entre un corss y una de montaña. Justo lo que busco y encima la de 10 km. Dejaremos la de 20 para otro año si acaso esto funciona.

Las 10:26. Miro a mi alrededor: zapatillas de montaña, medias de compresión, mallas de compresión, camisetas de compresión, buff, gafas, cinturones con bebida, mochila… Definitivamente otra estética.

Las 10:30. Cuenta atrás y a correr. El primer tramo discurre por el pueblo. Asfalto. Nada nuevo. Kilómetro 1. Todo bien. Salimos a una pista forestal. Nada nuevo. Voy bien, pero me hago la primera pregunta: ¿Voy más fuerte de la cuenta? Me queda mucha cuesta… Primera respuesta: esto es una competición, no te aflojes. Me replico a mi mismo … Si, pero las cuestas… Y me vuelvo a contestar: cuando lleguen ya decidirás.

Encabezo un segundo grupo detrás del primero, de unas veinte unidades, cuando de pronto llegamos a una pequeña garganta que hay que vadear. Me detengo y tanteo las piedras para cruzar, me escurro, me agarro a una zarza, brinco de una a piedra a otra y, mientras tanto, ¡ocho corredores me pasan pisando el agua directamente! , todo para que al final de la última piedra no me quede otro remedio que mojarme los pies. Fantástico. Mis calcetines de algodón (¿Por qué corro hoy con estos calcetines que no me pongo NUNCA?), mis calcetines de algodón se beben todo el agua del arroyo de la que son capaces. Chof chof. ¡Qué pardillo!

Y llega la cuesta. Pies mojados y a remontar. Subimos, pero nada extremadamente duro. Alguna zona más empinada noto los pulmones como los pistones de un coche y los cuádriceps exigiendo más oxígeno. Y el corazón a tope de pulsaciones. ¿Y si esto fuera así tres o cuatro kilómetros? Pero no lo es. En cuanto se suaviza la cuesta recupero pronto. Tranquilo, me digo, no sabes lo que queda por subir. Cruzamos la presa y se abre una pista ancha por la que se corre bien y allí está el desvío de la carrera de 10 km. Los de la larga siguen adelante. Los de la corta comenzamos el descenso. Y el primer tramo es una trocha llena de piedras y barro. Comienzo la bajada e inmediatamente me adelantan dos corredores. Intento mirar donde poner los pies pero no me da tiempo. Intento frenar para ir más despacio y tampoco me da tiempo. Me voy a pegar el tortazo del siglo. Para colmo se me humedecen los ojos del aire o del frio. Fantástico, me digo. Esto sí es una carrera de montaña. Te vas a bautizar saliendo de cabeza de este tramo. Mi centro de gravedad debe pasar del hombro izquierdo a la rodilla derecha en cuestión de segundos. Voy “destartalao”. Pero no. No me caigo. 

Cruzamos otra pequeña garganta, esta vez sin pisar el agua y entro en una pista. ¡Uf! Y ahora voy solo lo que se dice SOLO. Temo equivocarme de camino, pero la señalización me confirma que voy por donde debo ir. Los dos corredores que me han adelantado me han debido sacar 200 metros en los 400 o 500 que tenía la bajada. Pero esto es pista y cuesta abajo y me tiro a todo gas. Salimos a una pista más ancha y veo un corredor delante. A por él. No. Ya no. 

Estamos llegando al pueblo de nuevo y queda una última zona algo más difícil, pero voy tan lejos del que va por delante y del que va por detrás que no arriesgo nada. Bajo tranquilo y entro en el asfalto y poco después en meta. Paro el crono en 44’58’’ y en novena posición de la general y segundo veterano B.

Precioso trazado y fantástica organización. Los mantecados ... ¡buenisimos!.

Y ahora la respuesta a la pregunta inicial: ¿SE PUEDE SENTIR PLACER CUANDO SE TE SALE UN PULMÓN POR LA BOCA? Ummm. No lo he probado lo suficiente, pero una cosa si tengo clara: Tal vez pueda ser divertido, pero conviene saber cuánto vas a tener que subir y bajar. Esto es otra cosa muy diferente a los crosses, al asfalto o a la pista. Esto es otro atletismo. Tampoco sé cómo puede aguantar mi cuerpo estos trotes. Aún así …

Haré otra prueba.